Durante décadas, la merienda fue ese paréntesis amable entre la comida y la cena. Una pausa donde el pan con chocolate, la fruta o un simple café compartido marcaban el ritmo de la tarde. Hoy, en una sociedad acelerada que glorifica la productividad, este gesto cotidiano corre el riesgo de desaparecer. Sin embargo, los expertos coinciden en que eliminarla es un error que repercute tanto en la salud física como emocional.
Con motivo del Día Nacional de la Merienda, que se celebra el 22 de octubre, la cadena de restauración Rodilla, junto con la nutricionista María Kindelán, ha querido recordar por qué este hábito merece un lugar fijo en nuestras agendas. Fundada hace 86 años, Rodilla busca recuperar la esencia de esta tradición “que une generaciones y nos invita a cuidarnos y reconectar con los demás”, tal y como explica Iván Pulido, Marketing Manager del grupo.
Mucho más que un tentempié: un aliado para la salud metabólica
En un país donde, según la Encuesta Nacional de Salud (INE, 2023), más del 57% de los adultos sufre sobrepeso, y el 6,7% padece ansiedad vinculada a la alimentación emocional, los pequeños hábitos cobran una importancia decisiva.
“La merienda no es un simple capricho, sino un momento clave del día que influye directamente en nuestro bienestar y en la calidad del descanso nocturno”, afirma María Kindelán, especialista en nutrición integrativa.
La experta advierte que saltarse este momento o elegir opciones desequilibradas puede provocar lo que denomina un “crash glucémico”, una caída brusca de energía que activa el cortisol, la hormona del estrés, y dispara el hambre descontrolado por acción de la grelina. Este proceso, señala, afecta al metabolismo, al sistema nervioso y al digestivo, traduciéndose en irritabilidad, falta de concentración y atracones nocturnos.
Su explicación encuentra respaldo en investigaciones recientes. Un estudio publicado en Nutrients (2022) subraya que mantener una ingesta regular de alimentos a lo largo del día ayuda a estabilizar la glucosa y mejorar la función cognitiva, especialmente en trabajadores con jornadas prolongadas. Lo que comemos —y cuándo lo hacemos— puede marcar la diferencia entre una tarde productiva o un bajón energético que nos deja sin foco.
Un momento de autocuidado que mejora el bienestar laboral
Desde el punto de vista del bienestar en el trabajo, la merienda también juega su papel. “Las pausas conscientes y nutritivas son esenciales para mantener la energía, la atención y el equilibrio emocional”, recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su informe Healthy Workplaces Framework (2023), que destaca la importancia de incorporar descansos regulares con alimentación saludable para reducir el estrés y mejorar el rendimiento.
De hecho, iniciativas de bienestar laboral en grandes corporaciones están empezando a incluir la merienda dentro de sus programas de salud nutricional. Empresas como ING o Sanitas, por ejemplo, han incorporado espacios de snacking saludable en sus oficinas para promover una pausa activa y equilibrada. Según datos de AECOC (2024), el 42% de las compañías españolas con planes de bienestar incluye acciones de educación alimentaria, y las meriendas saludables son una de las más valoradas por los empleados.
El poder cultural y emocional de una costumbre española
Más allá de su valor nutricional, la merienda tiene un profundo arraigo cultural. Durante generaciones, ha sido el momento de encuentro familiar por excelencia, el preludio del juego, la charla o el descanso. Recuperar ese espíritu, sostiene Iván Pulido, “es también reivindicar una forma de vida más pausada, más humana, en la que cuidarse no sea una excepción, sino una costumbre”.
Y es que, en tiempos donde el bienestar se mide en pasos, métricas y apps, volver a merendar puede convertirse en un acto de resistencia amable. Un recordatorio de que la salud también se cultiva en los pequeños rituales: un yogur con fruta, un bocadillo de pan integral o una infusión compartida al final de la jornada.
Por qué saltarse la merienda es un error
Los expertos coinciden en que pasar de largo este momento del día no favorece ni la productividad ni el bienestar emocional. Saltarse comidas intermedias, según la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), provoca alteraciones metabólicas y favorece el picoteo compulsivo posterior. Además, una merienda equilibrada —rica en fibra, proteínas y grasas saludables— ayuda a reducir el consumo calórico nocturno y mejorar la calidad del sueño, según la Fundación Española de la Nutrición (FEN).
En palabras de María Kindelán, “merendar bien no engorda: desajustar el cuerpo sí. Alimentarse a deshora o saltarse comidas desordena nuestro sistema hormonal y emocional”.
La iniciativa de Rodilla de instaurar el 22 de octubre como Día Nacional de la Merienda pretende precisamente eso: rescatar una tradición y adaptarla al presente. Frente a la prisa, una pausa consciente; frente al picoteo ultraprocesado, una elección equilibrada.
Quizá el verdadero cambio no esté en lo que comemos, sino en cómo lo hacemos. Recuperar la merienda no es mirar atrás: es reconciliarse con el ritmo natural del cuerpo y de la vida. Y en una cultura donde el bienestar empieza a entenderse como una forma de estar en el mundo, pocos gestos son tan sencillos —y tan poderosos— como sentarse a merendar.






