A veces una entrevista se te queda dentro. No por lo que escuchas, sino por lo que despierta. Tras mi participación en la octava edición de Ágora Bienestar, celebrada el 29 de octubre en la sede de Roche en Madrid, salí con una idea rondando la cabeza: ¿y si el bienestar laboral dejara de ser un extra para convertirse en un derecho?
Durante el encuentro —que reunió a expertos, directivos y profesionales del bienestar laboral de toda España para debatir sobre los retos actuales en salud, neuroderechos, sostenibilidad y cultura organizacional— tuve la oportunidad de entrevistar a Rubén García Bernal, vicepresidente de Organización en Valorian. Y fue ahí donde surgió la reflexión.
Valorian es un sindicato profesional, pero no uno cualquiera. Rompe con los clichés del sindicalismo tradicional: combina acción colectiva con análisis, eficiencia, procesos auditados y una apuesta firme por la mejora continua. Y lo más relevante: sitúa el bienestar integral de las personas, tanto en lo personal como lo profesional, entre sus prioridades estratégicas para sus más de 2.200 delegados y más de 44.000 afiliados en 136 sectores en España. Y lo ha materializado en la iniciativa ‘Valorian me cuida’.
“El bienestar es una forma de vida, son hábitos o rutinas, no acciones puntuales en el entorno de trabajo”, Rubén García Bernal, Valorian.
Ese enfoque me llevó a pensar qué pasaría si todas las organizaciones asumieran ese mismo principio como norma. ¿Cómo cambiaría el mundo laboral si el bienestar dejara de ser un departamento, un programa o una moda… para convertirse en un derecho laboral garantizado?
Un nuevo paradigma
Los datos apuntan en esa dirección. Según el Cigna 360 Wellbeing Survey 2024, el 74% de los trabajadores españoles reconoce haber sufrido estrés laboral el último año, y uno de cada cuatro se siente emocionalmente agotado. Aun así, solo una minoría de empresas cuenta con programas estructurados de bienestar. La Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (EU-OSHA) alerta de que el 44% de las compañías europeas no dispone de protocolos para abordar riesgos psicosociales, a pesar de que el estrés laboral es ya una de las principales causas de absentismo en Europa.
Todo ello evidencia una brecha entre el discurso y la práctica. Porque el bienestar no puede depender de la voluntad de unos pocos, sino convertirse en un compromiso colectivo. Un derecho que se garantice, no un privilegio que se conceda. Y que sea accesible a las pymes, que componen el 99% de nuestro tejido empresarial.
Desde una perspectiva empresarial, además, los argumentos son incuestionables. El informe Wellbeing at Work 2023 de Gallup concluye que los equipos con alto bienestar presentan un 23% más de rentabilidad y un 43% menos de rotación. La ecuación es clara: cuando las personas están bien, las organizaciones también lo están.
Durante nuestra conversación, García Bernal subrayó que los programas de bienestar, bien implantados, son una inversión con retorno. “Existen datos objetivos de que los programas de bienestar no son un gasto, sino una inversión si se implantan adecuadamente”, afirmó, recordando que la clave está en el diagnóstico, la personalización y la medición continua. “Y sin olvidar la comunicación interna —añadió—, porque hacer pedagogía es un pilar fundamental para el éxito.”
El bienestar del futuro empieza hoy… y de la mano de sindicatos, empresa y trabajadores
Quizá el gran paso pendiente sea reconocer que el bienestar no puede quedarse en la estrategia de unas pocas compañías pioneras, sino convertirse en una exigencia estructural del empleo del siglo XXI. Así como la Ley de Prevención de Riesgos Laborales marcó un antes y un después en la seguridad física de los trabajadores, la salud emocional y social debería ocupar el siguiente lugar en la agenda legislativa y empresarial.
Imagino un futuro en el que, además de medir el rendimiento o la productividad, las empresas rindan cuentas sobre su nivel de bienestar interno. Donde las decisiones empresariales se evalúen también por su impacto en las personas.
Porque si algo demuestra la evidencia, es que la sostenibilidad de una empresa no depende solo de su balance financiero, sino del equilibrio entre sus resultados y el bienestar de quienes los hacen posibles.
Quizá el bienestar laboral, más que un derecho que reclamar, sea una deuda que saldar.






