El 80,4 % de los españoles y españolas se consideran personas felices. Esta es una de las principales conclusiones de la primera encuesta del CIS sobre la felicidad en nuestro país. Y entre los factores determinantes aparecen la salud, la situación laboral o las relaciones familiares, sociales o afectivas. Además, un 83 % señala que “solo se puede ser feliz si también lo son las personas que te rodean”.
Pero, ¿podemos hablar de felicidad y satisfacción de manera inequívoca? Aunque la Real Academia Española dice de la felicidad que es un “estado de grata satisfacción espiritual y física”, la realidad es que ambos términos designan cosas distintas, aunque la segunda suele preceder a la primera.
La felicidad se considera un estado emocional permanente que, por otra parte, no debe confundirse con la perpetua alegría, la happycracia o con el hecho de haber alcanzado esa idea del éxito que impone el capitalismo: dinero, fama, proyección mediática… La felicidad no está reñida con el sufrimiento o el fracaso porque, entre otras cosas, suelen ser estados de ánimo inherentes a la propia condición humana: todos sufrimos al perder a un ser querido, por ejemplo.
Por otra parte, es más fácil hablar de felicidad cuando somos personas ricas en relaciones humanas positivas que cuando atesoramos varias cifras en nuestra cuenta bancaria.
Y es que, dicen los expertos que “la felicidad es el camino”, es el equilibrio, la paz interior, el disfrute de las tareas cotidianas y de la buena compañía. Un término eminentemente subjetivo que no debería estar sujeto a los cánones sociales del momento.
El peso del entorno laboral en la felicidad y satisfacción personal
Entonces ¿en qué lugar queda la satisfacción? Si la felicidad es el camino, la satisfacción sería ese sentimiento que aflora cuando nos consideramos realizados respecto a un propósito o cuando alcanzamos nuestras metas, sean cuales sean estas.
Quizás por este motivo el entorno laboral tiene tanto peso respecto a nuestra idea de satisfacción. Porque una empresa puede ser un medio ideal a través del cual alcanzar nuestras metas profesionales y satisfacer nuestro propósito para con la sociedad. O puede ser todo lo contrario, un verdadero lastre.
El entorno empresarial juega así un papel decisivo, sin tener que ser por ello determinante, de hecho, no debería serlo. Prueba de esa responsabilidad de las corporaciones respecto a la satisfacción y la felicidad de las personas es que existen, hoy en día, consultoras especializadas en medir la felicidad en el trabajo y habilitar planes para mejorar los datos cosechados, como hace la consultora para pymes Efficient Happiness con el objetivo de aumentar las cotas de bienestar entre los equipos de trabajo.
El peso del trabajo en la felicidad quedó muy patente a raíz de la pandemia sanitaria, y desde entonces son muchas las empresas que se han volcado en el desarrollo de su papel como agentes de cambio hacia una nueva concepción de los entornos laborales, más saludables, más felices.
La idea de que la felicidad depende de uno mismo se está desechando
Son muchos los factores que influyen en nuestro equilibrio, armonía y estabilidad. Y el trabajo es uno de ellos, donde pasamos un tercio de nuestro día. Así pues, las corporaciones tienen mucho que aportar. Pero ¿qué exactamente? “Mientas que los profesionales Baby Bommer (-1964) para ser felices necesitan sentirse valorados por la organización, el resto de colectivos necesitan poder aprender y progresar dentro de la propia organización”, explicaba el último Informe Mundial de Felicidad en el Trabajo elaborado por My Happy Force y World Happiness Foundation. En este también puede leerse: “Lo que hace feliz a todos los profesionales, sean de la generación que sean, es el componente social de la organización: equipo, aprecio y reconocimiento. Frente a lo que muchos podrían pensar, el salario es un aspecto que no impacta en la felicidad de manera relevante. Una vez que los profesionales disponen de un salario base adecuado a su posición y condición, este deja de ser un factor de felicidad”.