La piel tiene el poder de generar bienestar en los demás y en uno mismo. Sin embargo, atesora ciertas peculiaridades, como el tiempo de exposición.
Al igual que la sintetización de la vitamina D procedente de los rayos del sol necesita, según la mayoría de personas expertas, de una exposición de al menos diez minutos sin protección, la exposición a un buen abrazo debería durar al menos 20 segundos, y repetirse ocho veces al día, según los estudios de Paul J. Zak.
Este investigador y profesor de neurociencia señala que dicho lapso de tiempo y recurrencia estimados son los idóneos para una liberación significativa de oxitocina y, de esta manera, tal y como explicaba Zak, durante una charla TED, obtener alivio del dolor y del sufrimiento.
Los ocho abrazos de Zak han ocupado varios titulares a lo largo de los últimos años. Pero lo cierto es que no existe consenso al respecto en la comunidad científica. Otro estudio británico de 2021 hablaba de una duración óptima de los abrazos de entre cinco y 10 segundos. Eso sí, concluía que la duración es, sin duda, el factor más importante en un abrazo para que resulte terapéutico, más que otros como, por ejemplo, la posición de los brazos.
Respuestas emocionales inmediatas
Para la médico psiquiatra y famosa divulgadora Marian Rojas, autora de libros de enorme éxito como Encuentra a tu persona vitamina o Cómo hacer que te pasen cosas buenas, gestos como un abrazo o que nos cojan de la mano pueden ser decisivos ante situaciones de estrés sostenido en el tiempo. Su impacto en el organismo es tal que proporcionan un gran alivio, y lo hacen al instante. Incluso no solo a nivel emocional, sino de puro dolor físico.
Y es que, dice la ciencia que abrazar no solo desencadena la famosa oxitocina, la hormona del amor, un neurotransmisor que activa sentimientos de placidez y que es capaz de reducir la ansiedad y el estrés. También libera dopamina y endorfinas que permiten la conexión emocional con los otros y desarrollar una sensación calmante, de equilibrio.
No en vano, el contacto físico a través de las caricias, los abrazos…, entre padres y madres y sus retoños se consideran parte fundamental en el desarrollo de los bebés y durante la infancia. Lo son porque propician un correcto desarrollo, cognitivo, físico, emocional. Porque fomentan las relaciones interpersonales al establecer un lazo de confianza, protección, unión y aceptación.
En otras palabras, en los niños y niñas, un abrazo es tranquilizador y protector; es sinónimo de afecto, de valoración, de respeto, de pertenencia y de apego… También en las personas adultas. La interacción personal con el otro es terapéutica a todas las edades. Por cierto, que el 21 de enero fue el Día Mundial del Abrazo, cada vez más reivindicado ahora que las relaciones virtuales se imponen con fuerza, que crece el estrés y que las enfermedades mentales irrumpen a más temprana edad.